jueves, 10 de junio de 2021

La Empatía Pequeñoburguesa

Por Damian Ripetta

La empatía social es a la transformación revolucionaria lo que la caridad cristiana es a la solidaridad, a la fraternidad humana. 

El otro día leía a un ex-militante de izquierda (dicho genéricamente, filo-autonomista) devenido en camporista, mencionar su sentimiento de culpa ante la inflación y que pese a eso él pudiese llenar el changuito del supermercado y tantos millones no.

Por supuesto es mejor tener empatía social a no tenerla, es casi la condición sine qua non para tener un mínimo grado de humanidad. Pero el socialista no tiene (o se conforma) con la empatía social sino simplemente como un punto de partida al que hace mucho tiempo dejó atrás. Porque la culpa inmoviliza, flagela, pero no cambia nada. La empatía conduele mientras tranquiliza reproduciendo el orden existente. Es la moneda que dejás en la puerta de la Iglesia, compadeciéndote del menesteroso que nada tiene, y largando algunas lágrimas amargas pero tranquilizadores de camino a tu casa.

Por el contrario el socialista siente odio de clase. Siente desprecio por las condiciones inherentes a una sociedad que reproduce la explotación social como norma (sin importar el signo partidario del gobierno), indentificando los por qué de la situación existente, y activando en consecuencia. Caracteriza para transformar. El odio de clase moviliza, conscientiza, no naturaliza ni justifica. Pelea, aporta sangre a un corazón que necesita bombear intensamente si quiere jugarse por entero.

El kirchnerismo ha hecho suyas muchas frases por demás interesantes ("la patria es el otro" por caso) bastardeándolas miserablemente. De nuevo nos encontramos los límites de la empatía incluso cuando no es una mera hipocresía demagógica, por ejemplo en aquellos amigos que sinceramente han creído en esos postulados pero se encuentran con trabas imposibles de superar, porque no se puede armonizar la opresión de clase, porque no se puede vindicar al violento y al violentado. De ahí el surgimiento de categorías que no sólo no explican nada, sino que oscurecen todo análisis al menos en sus definiciones actuales (oligarquía, derecha, neoliberalismo, etc) . Así pues, la encerrona empática tiene dos vertientes obvias, o termina  justificando el "hasta acá dio la correlación de fuerzas", o radicaliza sus postulados, y amanece otra cosa.

Por eso, entre muchas otras razones, el reformista puede pensar una transformación gradual (debe hacerlo), que busque paliar algo la inequidad, que nos haga sentir mejor como sociedad; el socialista plantea darlo vuelta todo, patear la mesa e insurreccionar, porque a diferencia del reformismo interpreta que no hay que normalizar las relaciones existentes embelleciéndolas, maquillándolas, sino reventarlas de raiz. No hay amor a la humanidad sin odiar a los que la oprimen. 

De ahí a mandar a cagar a la burda grieta PJ - PRO hay un sólo paso.








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