lunes, 19 de octubre de 2020

Un año de movilización popular en Chile. Dos vías: el ancho camino histórico popular y el vericueto de la clase política.



Bautista Ignacio Celis


Ayer, nuevamente Chile se tiñó desde la mañana de banderas en las grandes calles que conducían hacia grandes concentraciones de masas en los principales puntos urbanos. Siempre acompañados de la represión policial que obliga a la autodefensa de la población y que lleva a los enfrentamientos violentos que permiten al sensacionalismo centrarse en esas imágenes de iglesias quemadas y edificios violentados. Por la noche, otra vez, en las periferias urbanas donde la pobreza se vive crudamente el enfrentamiento tomaba un cariz más violento y el fuego de las barricadas era telón de fondo a los disparos de policías y militares desplegados masivamente para contener las manifestaciones populares.

¿Qué sucedía? Se cumplía un año del estallido popular en Chile y el pueblo se manifestó en honor a sus muertos y heridos, así como por la libertad de los presos políticos de dicha revuelta, aun en la cárcel. Como todo estallido, es producto de una pequeña chispa sobre un deflagrante. El nivel de la explosión dependerá de la cantidad almacenada de dicho deflagrante. ¿Cuál era aquel combustible almacenado? Desde el día uno, haciendo caso al recorrido histórico de las luchas populares y obreras de las últimas décadas, se propone que el gran conflicto estaba en la distribución del excedente en el capitalismo chileno. De ello, no extraña que, pese a que la respuesta inicial del alzamiento es contra el terrorismo de Estado y la represión a menores de edad, el movimiento rápidamente haya girado hacia demandas del bienestar reproductivo de la clase trabajadora: educación, salud y pensiones… todo sintetizado en el deseo de una nueva Constitución que pudiera garantizar dichas necesidades.


El recorrido histórico es conocido. Ley marcial, toque de queda, militares en las calles, muertos y desaparecidos, heridos y mutilados por una represión estatal incapaz de amedrentar a un pueblo que se vuelca masivamente a tomar los espacios públicos. Las conquistas populares eran inmediatas: los militares hubieron de volver a los cuarteles, se instalaron como demandas inmediatas las necesidades de bienestar popular y se exigía la renuncia de un presidente ilegítimo que explícitamente había declarado la guerra a su propia nación.


En ese contexto llegó la mano salvadora de la socialdemocracia. Un obscuro acuerdo firmado en una madrugada fue rubricado por las dos versiones socialdemócratas: la vieja Concertación que administró durante décadas el modelo de la dictadura y el moderno Frente Amplio ansioso de ser participe de esa administración. Ambos se abrazaban y lloraban (no es exageración, están los archivos) junto a la vieja y rancia derecha pinochetista por haber alcanzado un acuerdo por la paz.


Dicho acuerdo, además de legitimar la represión de la protesta, salvaba al presidente e imponía un nuevo calendario político regido por un plebiscito para aceptar o rechazar la vieja constitución (con los votos cambiados hoy, donde “apruebo” es en realidad rechazar la vieja constitución). En las masas trabajadoras, ocurrió la lógica bifurcación: mientras una corriente se lanzaba a la continuación del programa histórico implícito desde el inicio de la revuelta, otra corriente se sometió al nuevo calendario político establecido por el congreso tan promocionado por la clase política progresista.


Este domingo 25 de octubre se cierra la primera etapa del calendario del congreso, con un plebiscito en el que hasta la vieja derecha pinochetista está llamando a votar por cambiar la constitución. Una victoria segura del ‘apruebo’ va a dar paso a la siguiente fase en la cual la clase política creará un nuevo congreso para repetir la tragicomedia que ya es el poder legislativo. Circo electoral y el posterior desfile de patéticos discursos y vergonzosas puestas en escena, al cuadrado.


¿Qué queda entonces para el programa histórico? ¿Y que contiene dicho programa? Un programa histórico es implícito; carece de la superficialidad sociológica o la simplicidad de la ciencia política. El programa histórico es el camino de largo plazo que las clases sociales van imponiendo soterradamente. La clase trabajadora se planteó en primer lugar reconfigurar el carácter del contrato con el Estado, en tanto árbitro de la relación social capitalista, y exigir un mayor control sobre el uso del monopolio de la fuerza, ilegítimamente construido por el Estado chileno. La inmediatez en la protesta contra la violencia policial y la exigencia de una renuncia de un presidente que se auto ilegitimó al declararse en guerra contra el pueblo chileno eran la expresión de ello.


El segundo punto de dicho programa es la vieja pugna central de la lucha de clases en el capitalismo: la disputa por el excedente de la producción expresado en el costo de reproducción de la clase trabajadora. La constitución como estructura de un nuevo Estado no es la fantasía de una carta legal transformando la realidad, sino que es la explicitación de un programa más trascendente que exige que aquellos servicios necesarios para que la clase trabajadora pueda reproducirse como tal (salud, educación, jubilaciones, etc.) no signifiquen una mayor recarga sobre el salario, como es propio de los sistemas ‘neoliberales’. Se incorporan además en esta demanda la transformación del contenido de dichos servicios en categorías más humanas, así como también nuevas relaciones con el medio ambiente; ambas señales del ocaso de un capitalismo que ha tocado límites en la explotación de sus dos fuentes de riqueza: el trabajo y la naturaleza.


No pretendo idealizar tal programa. Falta debate dentro de la clase trabajadora para comprender la imposibilidad de lograr las transformaciones más profundas bajo la relación social capitalista; existe también una tendencia morder anzuelos identitaristas y fragmentar las luchas más trascendentes. Lo que si queda claro es que hay dos tendencias políticas para llegar a aquel puerto. Mientras una de ellas zigzaguea por el ancho camino histórico que significa la construcción de un proyecto propio, otros apuestan a que sea la clase política la que logre avanzar hacia ella… ¿podrá esta segunda vía lograr avances claros que beneficien el rol histórico de los trabajadores? No hay experiencia en la Historia que de cuenta de ello… nada debería ilusionarnos de que ahora lo harán.


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